A lo largo de mis casi
22 años de vida he guardado en mi haber varios recuerdos. Algunos de ellos son
buenos y otros no tanto, pero todos tienen un fundamento y suceden para
dejarnos alguna enseñanza o moraleja para aplicar en la vida. Entre esos
recuerdos se encuentra uno que marcó mi vida para siempre, a tal punto que hoy,
si me propusieran volver el tiempo atrás, volvería a revivirlo una y mil veces.
Lo recuerdo como si
fuera hoy: cuatro de enero de 2009. Ese fue mi último día viviendo en mi país
natal, Uruguay. Ese día mis familiares nos organizaron una despedida que tuvo
lugar en la casa de mis abuelos, en un contexto marcado por la ansiedad de mis
primos por la llegada de los Reyes Magos en la noche siguiente. Esa fue la
noche en la que me cayó la ficha de que una nueva etapa en mi vida estaba a
punto de comenzar. Buenos Aires es una ciudad que siempre me ha llamado la
atención. Siempre que veníamos con mi familia de vacaciones quedaba impactado
por la enorme oferta de posibilidades que la ciudad ofrece para disfrutar por
parte del turista. Hoy Buenos Aires me sigue sorprendiendo, día a día, todos
los días.
Es una ciudad que
supera los once millones de habitantes incluyendo al Gran Buenos Aires. También
es la mayor área urbana de la Argentina, la segunda en Sudamérica y una de las
20 mayores ciudades del mundo, además de ser la ciudad más visitada de América
del Sur. ¿Cómo no me va a dar curiosidad el hecho de vivir en una ciudad con
estas características?
Esa noche del 4 de
enero fue sumamente especial. Me costó mucho conciliar el sueño, aunque fue una
noche atípica en horarios, porque la mudanza comenzó oficialmente a la 1 de la
madrugada del día 6. La ansiedad podía más que yo, pero creía tener todavía la
fuerza para controlarla. El momento de mayor ansiedad fue cuando sentí sonar el
timbre de mi casa en Uruguay, que estaba repleta de cajas y valijas con todas
nuestras cosas. El timbre anunció la llegada de Homero, uno de mis tíos, quien
nos ayudó con su camioneta para poder hacer la mudanza más fácilmente. Una vez
cargadas en ella y en nuestro auto todas nuestras pertenencias, emprendimos el
viaje hacia Colonia para tomar el Buquebús. Viaje que significaba el ingreso en
una nueva fase de mi vida. Un nuevo desafío estaba naciendo.
El viaje a Colonia se
pasó muy rápido. Una vez realizados los trámites necesarios, subimos al barco.
Ya solo nos separaban 3 horas de Buenos Aires. La travesía transcurrió
entre música en mis oídos, algunos
instantes de sueño, una o dos gaseosas que compré y alguna que otra charla con
mi hermano y mis padres. Fueron 3 horas largas, pero finalmente la llegada al
Puerto de Buenos Aires se hizo efectiva alrededor de las 10 de la mañana del 6
de enero de 2009. No podía contener más la ansiedad. Inmediatamente descendimos
a la bodega del buque y todos los autos allí presentes empezaban a ponerse en
marcha. Nuestro destino era la casa que hoy estoy habitando, ubicada en la zona
de Recoleta, barrio en el que viven, de acuerdo a datos referidos al Censo de
2010, 157.932 habitantes, y en el cual se presenta la proporción femenina más
alta del país.
Recuerdo que, una vez
llegado a casa y habiendo medianamente ordenado mis pertenencias luego de una
siesta, nos dispusimos junto a mi tío y mi hermano a recorrer la ciudad. La
camioneta de mi tío había recorrido ya varios kilómetros, por lo cual fue
necesario recargar combustible en alguna estación cercana. Lo que más me
impactó de ese viaje, sin lugar a dudas, fue que nos identificaron en seguida
como uruguayos por la diferencia de la matrícula de la camioneta. Hasta ese
momento no me había pasado una cosa así. Después, una vez recargado el
combustible, nos dirigimos hacia una de las calles que más conocía de visitas
anteriores: la Calle Florida. Si bien comienza en la Av. Rivadavia y termina en
la Gral. San Martín, no hicimos todo ese recorrido por una cuestión de tiempo.
Nos mantuvimos cercanos a la zona de Florida y Corrientes, en donde no pude
evitar bajar de la camioneta y entrar a Musimundo a ver un par de CDs.
Ese fue el único
momento en el cual descendimos del vehículo. Me sorprendió mucho el uso de las
calles peatonales en la ciudad, ya que en Uruguay no abundan. La Calle Florida,
por su parte, se convirtió en la primera calle peatonal en algunos tramos en
1913, y en 1971 se transformó en peatonal en su totalidad. También me impactó
la enorme cantidad de gente que circula por la ciudad en las denominadas “horas
pico”. Las bocas de los subtes desbordaban de gente que entraba y salía, y eso
para mí era algo totalmente nuevo. La línea D es la que más utilizo, sobre todo
para dirigirme desde mi casa hacia la Universidad, y viceversa. Si bien la
línea recorre desde la zona de Congreso hasta Puerto Madero, aprendí a bajarme
en la estación Facultad de Medicina de la Avenida Córdoba para ir a la casa de
algunos amigos, o, en su defecto, a descender en la estación Pueyrredón para
dirigirme hacia mi casa. Es toda una experiencia, no solamente por el tumulto
de gente que se transporta en los subterráneos, sino por la velocidad de los
mismos. Es el medio de transporte que más utilizo, junto con los colectivos.
Volviendo a la
camioneta, el viaje comenzó en la calle Florida y continuó en el Obelisco, zona
que tenía conocida porque me había hospedado en zonas cercanas a él en otras
oportunidades, cuando había venido de vacaciones. Desde allí veía el teatro
Gran Rex y el Ópera, y pensaba en la enorme cantidad de veces que los iría a
visitar a partir de ahora en ocasión de diferentes recitales, cosa que
efectivamente llevé a cabo durante este tiempo.
Le siguió una parada en
el supermercado, para comprar un par de cosas y, a la vez, conocer medianamente
dónde estaban ocupados los productos, para tener una idea para próximas
compras. Supermercado Coto, 17 horas. También gente por doquier. Escaleras
mecánicas que conducían al comprador de un nivel a otro. Una vez terminada la
visita, el viaje siguió su curso hasta llegar al Cementerio de la Recoleta, en
el que se encuentran sepultadas el mayor número de personalidades de la
Argentina. Si bien considero que un cementerio no es el mejor lugar para
visitar, me impactó la carga histórica que representa el lugar. Allí yacen
diversos personajes que forman parte de la historia Argentina, como el militar,
político y gobernador de Buenos Aires Manuel Dorrego (1787 – 1828); el
estanciero porteño, militar, político y también gobernador de Buenos Aires Juan
Manuel de Rosas (1793 – 1877); y el político, caudillo militar y gobernador de
la provincia de La Rioja Facundo Quiroga (1788 – 1835); entre otros. A algunos
de ellos los había leído en algún manual para mis clases de historia, por lo
cual me resultaban conocidos.
El recorrido en
camioneta llegaba a su fase final. Nos dirigimos hacia la Avenida del
Libertador, para dar la vuelta final. Me quedaba pendiente visitar el museo
Malba y el Museo Nacional de Bellas Artes, lo cual concreté en los días
siguientes.
Fue el primer viaje que
hice en la ciudad. Pretendía conocerla, pero hay algo que pude concluir una vez
que regresamos a casa: a Buenos Aires se la conoce día a día. Es una ciudad que
no deja de sorprender, y que invita a desarrollar diversas actividades. Desde
aquel 6 de enero de 2009 estoy en proceso de conocimiento de la ciudad. Hoy,
cinco años después de aquel viaje en camioneta que me dejó una primera
impresión de todas las ofertas de Buenos Aires, puedo decir que la sigo
eligiendo, y que mi encuentro con ella es uno de mis recuerdos más arraigados,
que volvería a vivir una y mil veces más.













