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domingo, 1 de junio de 2014

Sweet Home, Buenos Aires

A lo largo de mis casi 22 años de vida he guardado en mi haber varios recuerdos. Algunos de ellos son buenos y otros no tanto, pero todos tienen un fundamento y suceden para dejarnos alguna enseñanza o moraleja para aplicar en la vida. Entre esos recuerdos se encuentra uno que marcó mi vida para siempre, a tal punto que hoy, si me propusieran volver el tiempo atrás, volvería a revivirlo una y mil veces.
Lo recuerdo como si fuera hoy: cuatro de enero de 2009. Ese fue mi último día viviendo en mi país natal, Uruguay. Ese día mis familiares nos organizaron una despedida que tuvo lugar en la casa de mis abuelos, en un contexto marcado por la ansiedad de mis primos por la llegada de los Reyes Magos en la noche siguiente. Esa fue la noche en la que me cayó la ficha de que una nueva etapa en mi vida estaba a punto de comenzar. Buenos Aires es una ciudad que siempre me ha llamado la atención. Siempre que veníamos con mi familia de vacaciones quedaba impactado por la enorme oferta de posibilidades que la ciudad ofrece para disfrutar por parte del turista. Hoy Buenos Aires me sigue sorprendiendo, día a día, todos los días.

Es una ciudad que supera los once millones de habitantes incluyendo al Gran Buenos Aires. También es la mayor área urbana de la Argentina, la segunda en Sudamérica y una de las 20 mayores ciudades del mundo, además de ser la ciudad más visitada de América del Sur. ¿Cómo no me va a dar curiosidad el hecho de vivir en una ciudad con estas características?



Esa noche del 4 de enero fue sumamente especial. Me costó mucho conciliar el sueño, aunque fue una noche atípica en horarios, porque la mudanza comenzó oficialmente a la 1 de la madrugada del día 6. La ansiedad podía más que yo, pero creía tener todavía la fuerza para controlarla. El momento de mayor ansiedad fue cuando sentí sonar el timbre de mi casa en Uruguay, que estaba repleta de cajas y valijas con todas nuestras cosas. El timbre anunció la llegada de Homero, uno de mis tíos, quien nos ayudó con su camioneta para poder hacer la mudanza más fácilmente. Una vez cargadas en ella y en nuestro auto todas nuestras pertenencias, emprendimos el viaje hacia Colonia para tomar el Buquebús. Viaje que significaba el ingreso en una nueva fase de mi vida. Un nuevo desafío estaba naciendo.

El viaje a Colonia se pasó muy rápido. Una vez realizados los trámites necesarios, subimos al barco. Ya solo nos separaban 3 horas de Buenos Aires. La travesía transcurrió entre  música en mis oídos, algunos instantes de sueño, una o dos gaseosas que compré y alguna que otra charla con mi hermano y mis padres. Fueron 3 horas largas, pero finalmente la llegada al Puerto de Buenos Aires se hizo efectiva alrededor de las 10 de la mañana del 6 de enero de 2009. No podía contener más la ansiedad. Inmediatamente descendimos a la bodega del buque y todos los autos allí presentes empezaban a ponerse en marcha. Nuestro destino era la casa que hoy estoy habitando, ubicada en la zona de Recoleta, barrio en el que viven, de acuerdo a datos referidos al Censo de 2010, 157.932 habitantes, y en el cual se presenta la proporción femenina más alta del país.

Recuerdo que, una vez llegado a casa y habiendo medianamente ordenado mis pertenencias luego de una siesta, nos dispusimos junto a mi tío y mi hermano a recorrer la ciudad. La camioneta de mi tío había recorrido ya varios kilómetros, por lo cual fue necesario recargar combustible en alguna estación cercana. Lo que más me impactó de ese viaje, sin lugar a dudas, fue que nos identificaron en seguida como uruguayos por la diferencia de la matrícula de la camioneta. Hasta ese momento no me había pasado una cosa así. Después, una vez recargado el combustible, nos dirigimos hacia una de las calles que más conocía de visitas anteriores: la Calle Florida. Si bien comienza en la Av. Rivadavia y termina en la Gral. San Martín, no hicimos todo ese recorrido por una cuestión de tiempo. Nos mantuvimos cercanos a la zona de Florida y Corrientes, en donde no pude evitar bajar de la camioneta y entrar a Musimundo a ver un par de CDs.




Ese fue el único momento en el cual descendimos del vehículo. Me sorprendió mucho el uso de las calles peatonales en la ciudad, ya que en Uruguay no abundan. La Calle Florida, por su parte, se convirtió en la primera calle peatonal en algunos tramos en 1913, y en 1971 se transformó en peatonal en su totalidad. También me impactó la enorme cantidad de gente que circula por la ciudad en las denominadas “horas pico”. Las bocas de los subtes desbordaban de gente que entraba y salía, y eso para mí era algo totalmente nuevo. La línea D es la que más utilizo, sobre todo para dirigirme desde mi casa hacia la Universidad, y viceversa. Si bien la línea recorre desde la zona de Congreso hasta Puerto Madero, aprendí a bajarme en la estación Facultad de Medicina de la Avenida Córdoba para ir a la casa de algunos amigos, o, en su defecto, a descender en la estación Pueyrredón para dirigirme hacia mi casa. Es toda una experiencia, no solamente por el tumulto de gente que se transporta en los subterráneos, sino por la velocidad de los mismos. Es el medio de transporte que más utilizo, junto con los colectivos.




Volviendo a la camioneta, el viaje comenzó en la calle Florida y continuó en el Obelisco, zona que tenía conocida porque me había hospedado en zonas cercanas a él en otras oportunidades, cuando había venido de vacaciones. Desde allí veía el teatro Gran Rex y el Ópera, y pensaba en la enorme cantidad de veces que los iría a visitar a partir de ahora en ocasión de diferentes recitales, cosa que efectivamente llevé a cabo durante este tiempo.



Le siguió una parada en el supermercado, para comprar un par de cosas y, a la vez, conocer medianamente dónde estaban ocupados los productos, para tener una idea para próximas compras. Supermercado Coto, 17 horas. También gente por doquier. Escaleras mecánicas que conducían al comprador de un nivel a otro. Una vez terminada la visita, el viaje siguió su curso hasta llegar al Cementerio de la Recoleta, en el que se encuentran sepultadas el mayor número de personalidades de la Argentina. Si bien considero que un cementerio no es el mejor lugar para visitar, me impactó la carga histórica que representa el lugar. Allí yacen diversos personajes que forman parte de la historia Argentina, como el militar, político y gobernador de Buenos Aires Manuel Dorrego (1787 – 1828); el estanciero porteño, militar, político y también gobernador de Buenos Aires Juan Manuel de Rosas (1793 – 1877); y el político, caudillo militar y gobernador de la provincia de La Rioja Facundo Quiroga (1788 – 1835); entre otros. A algunos de ellos los había leído en algún manual para mis clases de historia, por lo cual me resultaban conocidos.


El recorrido en camioneta llegaba a su fase final. Nos dirigimos hacia la Avenida del Libertador, para dar la vuelta final. Me quedaba pendiente visitar el museo Malba y el Museo Nacional de Bellas Artes, lo cual concreté en los días siguientes.


Fue el primer viaje que hice en la ciudad. Pretendía conocerla, pero hay algo que pude concluir una vez que regresamos a casa: a Buenos Aires se la conoce día a día. Es una ciudad que no deja de sorprender, y que invita a desarrollar diversas actividades. Desde aquel 6 de enero de 2009 estoy en proceso de conocimiento de la ciudad. Hoy, cinco años después de aquel viaje en camioneta que me dejó una primera impresión de todas las ofertas de Buenos Aires, puedo decir que la sigo eligiendo, y que mi encuentro con ella es uno de mis recuerdos más arraigados, que volvería a vivir una y mil veces más.  

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