El próximo 15 de agosto voy a cumplir 20 años de vida. A pesar de que Carlos Gardel, en su tango Volver, deje en claro que veinte años no es nada, puedo decir que es un tiempo considerable, en el que he vivido y notado muchas y diversas cosas. En esta entrada voy a intentar profundizar en una de ellas. Se trata de una sensación que de vez en cuando me viene a la cabeza: si tuviera que darle una denominación, la misma sería la sociedad de la perfección.
Considero que existe, desde tiempos inmemoriales, una tendencia innata del ser humano a ser brillante, a no admitir el error en su quehacer cotidiano, a no recibir ningún tipo de crítica, e incluso a considerar que su modo de obrar es el único correcto, y por ende intenta inculcarlo a sus familiares, amigos, conocidos y demás seres que lo rodean.
¿Por qué sucede esto? No lo sé. Sin embargo, una de las teorías que puedo proponer es que, ya desde temprana edad, la mayoría de nosotros tendemos a imitar modelos de hablar, de vestir, de pensar, y hasta de vivir, que nos son suministrados diversos factores externos a nosotros. Un ejemplo claro puede darse en el mundo de la estética, en donde, cada vez más, los medios nos hacen saber sobre determinados modos de vida llevados adelante por personajes conocidos de diversos rubros, a los cuales admiramos y solemos querer ser como ellos. Lo que quiero dejar en claro es que ser como el otro es imposible. A mi entender, cada persona es un mundo. No hay nadie en él que sea una réplica exacta de nosotros mismos. Lo que sí puede suceder es que tengamos ciertos rasgos similares a otras personas, como nuestros padres, familiares o amigos. Pero hay que establecer una clara diferencia entre tener rasgos similares y querer ser como otra persona. Cada uno es como es.
Y, justamente, como cada uno es como es y no hay nadie que nos pueda igualar, por más que consideremos imitar cualquier modelo lo mejor posible, debemos hacer un intento por dejar de creer que la imitación de ellos va a ser que el de cada uno de nosotros sea mejor o cobre más sentido.
Creo que muchas veces no sabemos percatarnos de lo importante que somos. De las facultades y cualidades que tenemos para desarrollar. De lo que somos capaces de hacer si nos lo proponemos. Qué bueno sería que nos demos un tiempo breve para pensar en lo que podríamos llegar a hacer si nos volcásemos completamente a ello, venciendo al enemigo de la pereza, la mala predisposición, el desánimo y, fundamentalmente, la frase no puedo o no me sale.
Lamentablemente, de vez en cuando recibimos la visita en nuestras mentes de visiones negativas sobre nuestros proyectos, creyendo que éstos nunca van a llegar a plasmarse en la realidad, o llegando a pensar que no estamos haciendo lo suficiente para que así sea. Y lo digo desde mi experiencia personal. Lo he vivido en carne propia en varias oportunidades. Sin embargo, si uno reflexiona profundamente, va a encontrar siempre algo por lo que luchar, por lo que alcanzar, por lo que levantarse día a día. No importa lo que esto sea. Es más significativo que, día a día y sin rendirnos, demos un paso más para alcanzarlo.
¿Piedras en el camino? Por supuesto, siempre van a existir. Diría que se van a hacer presentes muchas veces. Pero el desafío que quiero proponer hoy es intentar remover esas piedras que opacan y nublan el sendero de nuestra vida, para que la meta se vea con más claridad.
Los modelos a los que intentamos igualar quizás tengan un método que les haya resultado satisfactorio para alcanzar sus objetivos más deseados. ¿Y si creamos los nuestros propios? ¿Y si les damos paso a otros modelos originales, que otros no hayan considerado? Seguro que podemos. Te invito a que te sumes. Después me contás.